FIDEL SCLAVO: OBRA RECIENTE

Del 18 de abril al 31 de mayo de 2024

La forma – parece susurrar Fidel Sclavo – se aprende y desaprende, alternada y sucesivamente. Es su pliego de condiciones. Es el cuento de la forma, ilustrado, pero libre de texto. Ofrece, entre otras cosas, un tema: el poder de la forma simple, su honestidad. Sclavo, por caso, recurre a un rectángulo para exponer un negro, para delatarlo. O propone un negro a la vez escoltado y desafiado por blancos y grises. O bien, debajo de uno de los cuadros de mayor superficie oscura, deja presentir algo no borrado sino cubierto, desaprobado por su autor a medias. La mano de un pintor se aprecia en la grata irregularidad de un color. Círculos blancos, deliberada y delicadamente imperfectos, sobre un amarillo que irrumpe (es su función en la paleta). Sclavo no desconoce que, bien llevado, el amarillo lo puede todo. Mientras tanto, el riesgo simula no serlo. (El riesgo tiene a veces el comportamiento de la ironía, y su secreto es el de no poder adivinar la intencionalidad). Esta clase de provocación es la de un estratega impertérrito que monta guardia junto a una paleta de color codiciosamente reducida. Estamos ante pruebas definitivas. Lirismo delineado con gusto. En su sencillez, lo abstracto en Sclavo insinúa no una figura sino un espíritu conductor. Acá lo decorativo -si elegimos un término tan dudoso- aspira a una sobria cualidad metafísica. A trascenderse, precisamente. De allí que se la vea contenida.

A nadie sorprenderá, entonces, que Fidel Sclavo sea un dibujante tímido. Y los tímidos suelen ser formales; y los colores explotan su retraimiento. Estos cuadros tienen un claro sentido de la tenuidad, pero no son evanescentes. (Lo tenue puede engañar – por lo escaso, por lo sutil -, así como lo profuso puede hacerlo por el motivo contrario. Veremos – estas no son descripciones; son promesas – una carta de renglones bellamente dispares, dirigida a una Sarah que se puede suponer es la pintora Sarah Grilo. Pero la carta de un tímido, lógicamente, no lleva firma. En otra pieza repite el nombre de Sarah en autógrafos propios, por así decirlo, en un degradé que viaja de lo casi invisible hasta un grafito prácticamente convencido. Otra declaración. Un breve mantra caligráfico. No muy lejos, una aproximación a lo rosáceo vuelve a procurar un cuadro que está y no está.

Es una muestra tan sigilosa que podría titularse «lo apenas». Los collages apenas lo son. Cosas y colores apenas se rozan, se asoman ligeramente. Abunda, por ende, el blanco. La hoja en la obra de Sclavo está allí no para ser invadida sino para merodearla. El artista ratifica, en todo caso, que el blanco también puede transmitir incomodidad (la necesaria para seguir explorando, como pintor o espectador). Es decir, estamos ante una placidez que no se quiere indulgente. Fidel Sclavo no ha venido a constatar nada; más bien a entregarse, suave, prolijamente, a una desestabilización momentánea de expectativas. Acaso ansíe – como un oriental – matizar, en medio de una actualidad tan vendida al facilismo de los extremos.

Matías Serra Bradford