Cuatro + Una
Noviembre de 2011 a marzo de 2012
CUATRO + UNA reúne obra reciente de cuatro artistas plásticas + una fotógrafa.
El concepto de la muestra fue convocar a cinco artistas con miradas muy distintas entre sí. La obra de cada una de ellas evidencia una búsqueda personal que, sumada a la variedad de modos de trabajo en distintos formatos y lenguajes expresivos, revela una gran amplitud estilística.
El hecho de que sean todas mujeres no fue una decisión a priori; me interesó la obra de cada una de ellas en particular, independientemente de cualquier marca de género que pueda suponerse en la misma. Sí fue una decisión meditada el hecho de circunscribir la invitación a exponentes de una generación determinada (todas tienen entre veinticinco y treinta y cinco años), que a la vez es mi propia generación.
Todas, de un modo u otro, ya han exhibido su obra, aunque no ha sido aún largamente expuesta y todavía hay mucho de ella por descubrir. Este es uno de los propósitos de la exposición, cuyo formato será una práctica recurrente de la galería para seguir iluminando la obra de artistas jóvenes y talentosos.
Julia Andreasevich (1982) pinta escenas imaginarias, recuerdos, fantasías y hechos de su vida cotidiana, que conviven como pequeñas viñetas en toda la superficie del lienzo. Como un libro de viaje, un diario íntimo, o incluso una especie de cómic cósmico en miniatura, sus cuadros invitan a acercarse y descubrir detalles sorprendentes, donde el humor juega un papel muy importante. A la vez, su obra funciona como un todo que remite a un paisaje extraño, en colores pálidos y delicados, los cuales contribuyen a una atmósfera onírica e intrigante.
Victoria Dobaño (1986), la única fotógrafa de las cinco, también incluye aspectos muy personales en su obra como la unión de sus dos pasiones: la fotografía y el diseño textil. Los estampados sobreimpresos sobre la piel de las mujeres, nunca fotografiadas de frente, no son puro artificio sino marcas que, como la vestimenta que elegimos, nos definen, desenmascarando nuestro verdadero ser bajo la falsa protección de la desnudez, volviéndose así una segunda piel. Hay un halo de misterio en esos cuerpos signados; algo que nos obliga a hacer silencio: somos intrusos perturbando un momento de quietud.
En los dibujos de Valeria Traversa (1975), la línea fluida y sinuosa se expande y se transforma en formas gráficas que se articulan en el espacio, trazando una especie de mapa o partitura etérea de una notable delicadeza y liviandad. Los grafismos de Traversa no son estáticos. Parecen estar en constante movimiento, serpenteando y dialogando entre sí, en contrapunto con inesperadas irrupciones del color, como en un baile seductor sobre el blanco del papel. Más que una arquitectura visual, sus dibujos parecen representaciones musicales.
La obra de Marcolina Dipierro (1978) se concentra en la relación del objeto con su espacio circundante. Sus obras proponen una bidimensionalidad ilusoria del plano en la lógica tridimensional de la escultura-objeto. Las piezas dialogan directamente con la arquitectura y parecen ser relieves del mismo muro, mientras que la sombra proyectada se integra a la obra y transforma el aspecto físico de la misma. Por el modo en que utiliza sus materiales, Dipierro logra conservar en ellos una cualidad esencial, tan pura como sus formas rigurosamente geométricas.
Carola Dinenzon (1981) examina la relación entre el campo de color y las posibilidades de vibración y tensión del mismo en una muy escueta división geométrica del plano. Aun en la evidente racionalidad del planteo, aborda la abstracción con la marca de su expresividad. Los límites de sus franjas son deliberadamente irregulares, imperfectos, como lo son, a veces, sus fondos. La pintura de Dinenzon es una pintura de contrastes, a la vez temperamental y lógica, extrema y equilibrada.
Lucía Mara